Nuestras
abuelas, o por lo menos la mía, que pasó su infancia en el campo,
solía contar una de las muchas historias cuyas protagonistas eran
una mujer embarazada y una serpiente. Es la historia de Juan y
Angelina Sotelo, una pareja de campesinos que allá por 1886 tuvo en
la Rivera de San Miguel a su segundo hijo, Santiago. En esa época,
la vida campesina transcurría entre penurias y trabajo, la economía
apenas alcanzaba para la auto subsistencia donde todo había que
hacerlo, labrarlos o cultivarlo. Las casas distantes las unas de las
otras, separadas por las tierras de labranza, unos pocos metros si la
familia era pobre o algunos kilómetros si había suerte. Cuando una
embarazada estaba a punto de dar a luz seguía trabajando hasta
última hora si le era posible... y cuando veían cercana la hora del
parto una vecina experta o una matrona venía a ayudarla. Esto
ocurrió cuando el pequeño Santiago vino al mundo. Fiebres elevadas
acompañaron a Angelina los días previos al parto y persistieron
después del mismo. Pero esto era considerado normal, y como se
atribuía la situación a la subida de leche no se le daba mayor
importancia.
Los
primeros días después del parto fueron normales y el pequeño
retoño evolucionaba bien. Pero de buenas a primeras el niño comenzó
a presentar claros signos de desnutrición. Extraños zumbidos
durante el mediodía y a la puesta del sol sonaban dentro de la
cabeza de Angelina, a la vez que un extraño estado de somnolencia e
incluso pérdidas momentáneas de conciencia se hizo presente. Junto
a estos síntomas, el pequeño Santiago, nacido sano, no engordaba lo
suficiente a pesar de la abundancia de leche en su madre. El joven
matrimonio como otros muchos de aquella época trabajaba duro en el
campo para sobrevivir. El escaso jornal que podían sacarle a la
tierra tuvieron que gastarlo en pagar las consultas de algunos
médicos que atendieron al pequeño Santiago intentando descubrir su
posible enfermedad. Ninguno encontraba causas físicas aparentes ni
en el niño ni en la madre.
Los
vecinos pronto se hicieron eco de la extraña situación que
atravesaba la familia Sotelo. Muchas fueron las hipótesis lanzadas
por éstos como posible causa de la enfermedad. Tal vez, porque la
esperanza es lo último que se pierde... y porque la ciencia no
brindaba soluciones a la familia... Una de las vecinas convenció a
Angelina, y Angelina se dejó convencer y puso harina alrededor del
lecho donde ésta amamantaba a su hijo. Aquella vecina creía que
"algo extraño le hacía mal al niño". Estaba en lo
cierto. A la mañana siguiente unas rayas aparecieron en la harina.
No eran huellas humanas, ni de perro, ni de gato... eran las de un
reptil. El pánico se extendió por el vecindario. La gente comenzó
a buscar la serpiente primero por toda la casa. No encontraron nada.
Y luego por el vecindario... Y no encontraron nada.
Pero
una tarde sorpresivamente hallaron la respuesta a la enfermedad de
Santiago. Ramón, otro de los hijos del matrimonio, descubrió a la
madre inconsciente con el pequeño entre sus brazos. El niño tenía
en su boca, a modo de pezón materno... la cola de la serpiente
mientras ésta estaba bebiendo de la leche del pecho de Angelina. El
niño salió corriendo y gritando para llamar la atención de su
padre. En pocos minutos varias personas estaban intentando dar con la
serpiente. Ésta ya no estaba en la cama. Después de mucho buscar
dieron con su cubil. Detrás de un cuadro ubicado en la cabecera de
la cama encontraron su guarida. Quizás si Ramón no hubiera entrado
de improviso, Santiago hubiese muerto. Lo único que se tenía claro
es que el pequeño había tenido una hermana de leche... una culebra
de un metro y medio de largo y con el ancho de un puño humano
adulto. Como esta, son muchas las historias que corren de boca en
boca por las aldeas rurales. Son muchas las familias que en distintos
sitios del planeta pueden dar cuenta de estas avispadas hermanas de
leche, las Serpes.
Publicado en el portal 7 calderos mágicos dedicado a la difusión de la lectura, la literatura y la educación
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