"El entierro del borracho"- Óleo de Pedro Figari
Por Real Cédula promulgada en estos reinos en octubre de 1752, se prescribió que en los mortuorios de adultos, fuese el forro de los cajones o ataúdes, de bayeta, paño u holandilla negra, clavazón pavonada y galón negro; pudiendo ser de cualquier color y de tafetán doble los de los párvulos. En cuanto a velas en los entierros, se ordenaba que sólo podrían ponerse doce hachas o cirios en el túmulo, y cuatro velas en la tumba. De ahí nació la costumbre de las cuatro velas puestas a los fallecidos en el velorio. Arreglado a lo prescripto, no se empleaba otra tela que la bayeta, paño o coco negro en el forro de los cajones mortuorios, en tiempo de nuestros antepasados. Eso vino a modificarse desde la época de la dominación portuguesa, en que se alternaba con tela de más valor, tachonado amarillo y galón de oro para los ataúdes de los pudientes.
Entre los más lujosos de ese tiempo, descollaron los de la señora del general Maggessi, cuyo féretro tuvo su capilla ardiente en la del Fuerte, que apareció toda enlutada, como una gran novedad, y conducido con pompa a la iglesia Matriz, donde se le dio sepultura inmediato a altar de Santa Catalina. Dos años después fue exhumado y llevados sus restos mortales a Europa. Otro entierro de lujo fue el de la señora Dolores Oribe, esposa del brigadier Calado, y el del brigadier Márquez, ocurrido el año 24, en el cual fue enlutada la casa que habitaba conocida por de Aladana. En la época del gobierno patrio, la primera casa de particulares que se enlutó, fue la del Jefe de la familia Bustamante, calle de San Joaquín, cuando falleció, destinándose todo el género empleado en el tapizado a los pobres. Bien empleado.
En los tiempos de que venimos hablando, y hasta el año treinta y tantos, era costumbre amortajar de hábito del Carmen, de Dolores y de San Francisco, a las personalidades pudientes, ya las demás de tela blanca. Se pagaba hasta 25 pesos por un hábito franciscano de los Padres Conventuales, que cuanto más viejo era, más caro costaba, por las indulgencias que se le atribuían. Sucedió una vez en cierta casa de extramuros, en tiempo de los imperiales, donde había fallecido don Manuel de los Sancos, que se llamó un sastre para que cortase la mortaja. El pobre sastre tomaba la medida, pero no daba pie en bola. La cosa urgía y era menester salir del paso. Se recurre a una buena señora doña Pepa, práctica en eso de mortajas, quein en un verbo toma las tijeras y corta el hábito con no poca admiración del sastre.
Todavía por los años treinta y tantos subsistía la costumbre antigua de amortajar de hábito religioso, como sucedió con el capitán Pedro Villagrán, y aún después, con otro sujeto de distinción, que fueron amortajados del Carmen. Los cuerpos de los fallecidos se conducían al depósito de la iglesia Matriz, para los oficios de sepultura o misa de cuerpo presente. Esa operación se efectuaba de noche, en la que los acompañantes, a manera de procesión, llevaban faroles encendidos. Efectuado el entierro, mediante el pago del permiso de sepultura, que antiguamente no pasaba de cuatro reales, era de regla volver el cortejo a la casa mortuoria, de donde no se despedía el duelo sin el obligado chocolate con bizcochuelos, con gran satisfacción, sin duda, de nuestro buen Martorell y de don Bartola el confitero, que daban salida honradamente a sus artículos.
Se acabaron las mortajas de uso de aquellos tiempos, los faroles, el chocolate, los responsos del buen padre Cocobí, y todo lo llamado antiguo en punto a entierros, quedando apenas, en uno que otro velorio de personas religiosas la costumbre del rezo del rosario en sufragio del alma del difunto. A otros tiempos otras costumbres. En el día todo parece transformado, como el viejo Montevideo, por la ley del progreso moderno. Ahora está en moda la frase de orden: -"el duelo se despide en el Cementerio", -el enlutado de la casa mortuoria con olor a desinfectante, los ataúdes lujosísimos, la profusión de coronas, los coches fúnebres de gala con o sin palafreneros de la aristocracia, los discursos fúnebres, el álbum, y todo lo que puede responder a la pompa que ha sustituido a la sencillez de los antiguos tiempos.
De: "Montevideo antiguo : tradiciones y recuerdos." Tomo I, por Isidoro De María. Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, Montevideo, 1957.
1 comentario:
Hola! un placer saludarte y llegarme a tu blog.
Hace un tiempo leí el libro "Los ultimos dias de Clayton y Co" y esta situado en Valparaíso en la época victoriana tocando el tema de post mortem y fotografías.
Así que tu entrada me pareció espectacular.
Me quedo por estos lados, soy de Argentina y te invito a que me sigas, si gustas, claro.
Abrazosbuhos.
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