El 11 de enero de 1944, fue fusilado el conde Galeazzo Ciano (1903-1944),
yerno de Mussolini, ministro de Exteriores
italiano y embajador del fascismo. El caso que
desembocó en su juicio y condena a muerte es digno
de una tragedia griega. La ejecución fue una carnicería – “una matanza de
cerdos”, diría uno de los testigos alemanes–.
Cuatro de los condenados, Ciano entre ellos, se
derrumbaron con sus sillas, y quedaron en el
suelo, retorciéndose y quejándose; el quinto, se
mantuvo sentado, aparentemente indemne. Después de
unos instantes de espantoso silencio y
desconcierto, parte de los fusileros comenzó a
disparar contra los que agonizaban y contra el que
seguía sobre la silla, hasta que también cayó al
suelo. El capitán que dirigía la ejecución, Nino
Furlotti, ordenó el alto el fuego y remató a los
caídos con tiros de pistola en la sien. En la primera descarga, Ciano recibió cinco
disparos en la espalda, cayó hacia atrás y quedó
en el suelo, pidiendo, débilmente, auxilio.
Furlotti le disparó dos tiros de gracia y dos
funcionarios alemanes se acercaron para certificar
su muerte.
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