viernes, 30 de enero de 2015

La muerte de Pío XII


Aquél fue también el año en que murió Pacelli: pese a todos los expertos en medicina. Ahora bien, según Pascalina Lehnert, su «carrera con la muerte» había comenzado ya a finales del 53 con un hipo prácticamente incontenible que fue su tormento a partir de ahí; con vómitos continuos; con una continua sensación de malestar. Acudió a él media docena de médicos... y, finalmente, también el Señor, el 1 de diciembre de 1954, que se anunció mediante «una voz». Cuando Pascalina servía el desayuno al día siguiente el «Santo Padre yacía en su cama con sus ojos brillantes y abiertos de par en par». Ella se aproximó al pie de la cama y preguntó asombrada: «'Santidad, ¿qué pasa? —¡Do ve sta Leí adesso, é estato il Nostro Signore'!, fue la respuesta.— '¿Che Signore, padre Santo? pregunté yo —¡'Nuestro Salvador, Jesucristo!'. Yo miré y miré en el rostro transfigurado del Santo Padre esperando una nueva palabra, pero no hubo ninguna más. Entonces me arrodillé —donde, como acababa de decir Pío XII, había estado el Señor— y besé el suelo con la esperanza de que todavía podría percibir algo. Pero todo siguió en silencio...». 

Pues sí, no sólo se le apareció la Madonna en el cielo, sino que ahora también se le aparecía el Señor en el dormitorio: los dos milagros necesarios para una canonización. Y ahora, por supuesto, el «estado de Pío XII experimentó una mejoría vertiginosa»; hasta octubre de 1958, cuando, en su residencia de Castelgandolfo pronunció sus últimas palabras (un asunto afectado siempre de cierta precariedad). «¿Le molestaría, Pater Leiber, que me diera la comunión?», dijo Pacelli con la cortesía que solía usar cuando hablaba con sus empleados domésticos más veteranos a su servicio. Pío XII, no obstante, cayó desmayado y partió de este mundo hasta el nuevo amanecer sin el santo viático. «¡Ahora está contemplando a Dios!», exclamó en un arrebato su asidua asistenta, que nos informa además de que «En ese momento monseñor Tardini entonó en voz alta, casi jubilosa: 'Magníficat anima mea Dominum..!' Todos lo acompañamos y rezamos unidos.— Y después: '¡Salve Regina...!', '¡Sub tuum praesidium!' Luego todos se aproximaron a su lecho de muerte y besaron por última vez las manos, todavía enfebrecidas, del gran retornado a casa. Nadie lloraba».

Algunos miembros de la guardia nobiliaria sufrieron indisposiciones durante el velatorio, pues el otoño era'aún muy cálido y el intento del médico de cabecera papal, Galeazzi-Lisi, un doctor mediocre descubierto por el mismo Pío XII, de conservar el cadáver según un método especial había fracasado lamentablemente pese a que ese método, en virtud de su origen paleocristiano, era en otro tiempo, muy del gusto de «Santidad». Apenas instalada la capilla ardiente en la basílica de San Pedro, se hicieron perceptibles señales evidentes de descomposición y dos cadetes de la guardia nobiliaria palaciega fueron víctimas de un desmayo.

Alarmado a las cuatro de la madrugada, el Dr. Galeazzi-Lisi, que nunca pudo sanar al papa cuando enfermaba de gravedad, («siempre lo salvaban otros») permaneció por lo demás imperturbable. Acorralado en una conferencia de prensa por periodistas duchos en medicina, se zafó brillantemente de las situaciones más dramáticas encadenando argumentos y sin revelar ni un ápice del secreto de su técnica embalsa-matoria. «Hacía auténticos malabarismos con datos históricos, místicos y teológicos; se defendía remitiéndose a los ritos fúnebres paleocristianos y apenas si se arriesgó a hacer digresiones en el ámbito de la medicina o de la química. Al hilo de citas evangélicas demostró que Cristo había sido embalsamado de una manera que se asemejaba a las 'prácticas del ruso Worobiev, de cuyas experiencias se vale actualmente el Kremlin'». De este modo Cristo, su vicario en la tierra, Pío XII, y el Kremlin entraron a su manera en contacto.

De "La política de los papas en el siglo XX" de Karlheiz Deschner; Ediciones Yalde, Zaragoza, 1995.

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