Aún cuando en general la virtud sea recompensada y la mala conducta castigada, existen escándalos resaltantes; hay malvados que prosperan; hay justos que experimentan inmerecidos reveses; hay inocentes que son perseguidos. La ley penal castiga a veces a los que no son culpables. En fin, nuestra confianza queda desconcertada cuando la abnegación recibe por salario la muerte.Necesitamos saber, se dice, que la justicia será rigurosamente aplicada después de la muerte, y sin excepción. El mismo Renán ha escrito estas palabras: "Ingenuo por demás sería el decir que, si el mundo no tiene su reverso, el hombre, que se ha sacrificado por el bien y la verdad, debe abandonarlo contento y absolver a los dioses. ¡No; en este caso tendrían el derecho de blasfemar de ellos!"(1) Esta tesis es la de la gran mayoría de los predicadores y de los escritores religiosos. Generalmente nadie se da cuenta de la irreligiosidad y, digamos la palabra, del escándalo que encierra.
En efecto, decir tal cosa es lo mismo que decir que en este mundo los malvados consiguen su objetivo, y que ¡ser honrado es sacrificarse!Tal afirmación denota un muy falso y muy vulgar concepto de la felicidad. ¿Qué se pretende decir, cuando se asegura que los buenos son desgraciados en esta vida? (2) Que las casas ricamente amuebladas, que los hermosos parques, los caballos de raza, las dignidades, los bellos trajes, los buenos vinos, el lujo, en una palabra, la ociosidad, pertenecen a las personas sin principios.Por el contrario, los buenos están aquí abajo sujetos al trabajo, pobres y despreciados: pero más tarde, tendrán "la revancha" en la otra vida. ¿Qué quiere decirse con esto, sino que, a su vez, podrán ellos vivir en la ociosidad, comer buenas viandas y pasteles, que fumarán ricos habanos, que beberán champaña, que llevarán ropa planchada y botas de charol?
Mezquino concepto; pues la felicidad, ya lo hemos visto, nada tiene en común con el lujo, y el obrero honrado y altivo, de inteligencia sana y libre, valeroso y enérgico, goza de una felicidad que jamás concocerá el ocioso que vive en el lujo: pues la felicidad no se sino una vida moral intensa. Desde el punto de vista religioso, ¿quién impide al pobre amar a Dios y servir al prójimo aquí abajo? Querer "la revancha" de una vida pobre pero profundamente religiosa, es creer, sin confesarlo explícitamente, que la felicidad solo reside en una vida sensual: es la definición misma del materialismo práctico. Decir que el justo "se sacrifica" por el bien y la verdad, es una doctrina de epicúreo superficial, pues, como lo veremos, ser justo, obrar bien, buscar la verdad, es vivir la vida más rica y más intensa y por consiguiente más feliz. Por lo demás, es muy extraña la necesidad de una justicia póstuma que tante gente experimenta.
Reclamar una justicia absoluta, cuando vivimos tan profundamente sumidos en la injusticia, es pura audacia. No realizamos siquiera una cuarta parte de los esfuerzos que deberíamos realizar para suprimir as injusticias visibles, palpables en torno nuestro y nos mostramos singularmente quisquillosos... de palabras, sobre la injusticia del Incognoscible. Pues bien, todo nos prueba que el Incognoscible no se ocupa de nosotros, y que, si nosotros deseamos más justicia, debemos trabajar por que ella sea completa. Nuestra indignación ante la "bancarrota de la justicia" sobre la tierra, nos más que hipocresía, siempre que esa indignación no nos incite a reformar enérgicamente nuestra vida y a ponerla más de acuerdo con la equidad.Además, si poseyémos la certidumbre de una justicia póstuma abosluta, desaparecería todo mérito. Nuestras buenas acciones nos serían más que valores colocados sobre seguro; es lo que expresa Kant diciendo que, si se probara la existencia de Dios, la moral sería una moral utilitaria. (3)
¿Qué mérito tendría en econtrar de nuevo el camino
Si viendo claro, el hombre, rey de su voluntad,
poseyese la certidumbre al poseer la libertad?
La duda lo hace libre y la libertad, grande. (4)
Hemos visto que las creencias religiosas son cuestiones de conciencia personal, íntima; cada cual es libre de esperar una vida futura y de imaginarla según su carácter y su cultura. Pero, si la creencia en las sanciones póstumas da satisfacción al sentimiento de justicia, algo cándido y sumario, que quiere un castigo para cada falta y un premio para todo esfuerzo virtuoso, no debe atribuir a esas sanciones efectos exagerados sobre la conducta: su lejanía, la circunstancia de que jamás nadie haya visto su aplicación, disminuye su eficacia hasta anularla en las imaginaciones groseras, las cuales solo pueden ser detenidas en la pendiente del mal, por el terror de un castigo muy cercano.Poco efecto ellas surten sobre la mayoría de las personas: se sabe que inmediatamente después de la muerte el castigo no se decreta sino después de haberese cuidadosamente valorado el bien y el mal durante la vida entera: pues bien, salvo los hipocondríacos, cada cual se juzga con extrema benevolencia, como es fácil comprobarlo.
Nadie se considera condenado: todos nos abrimos un crédito ilimitado enla partida de nuestros méritos, y además inscribimos en nuestro "haber", la misericordia divina, que es infinita. La misma enormidad de los castigos es una razón de más para que nadie acepte el pensamiento de haberlos merecido. Si tales sanciones tuviesen la eficacia que se les atribuye, no veríamos a personas creyentes batirse en duelo bajo el impulso de la opinión pública, o vivir en situaciones inmorales en las que puede sorprenderlas la muerte. Esos temores solo tienen real influencia sobre los religiosos fervientes, cuya vida entera no es más que la preparación para una muerte ejemplar. Para la mayoría, esos temores no son ni bastante precisos, ni bastante rápidos, ni bastante seguros como para hacer contrapeso, en el momento de obrar mal, a las pasiones vivas que mueven la voluntad. (5)
Agreguemos a esto que la importancia capital dada por los moralistas a esas sanciones no ha dejado de tener sus inconvenientes. No hablemos aquí ni de los sufrimientos socialmente inútiles y hasta perjudiciales que ha provocado, ni de los terrores deprimentes y el estado de ansiedad en que sume a las almas predispuestas al miedo; ni de la floración de creencias absurdas que ha desarrollado y que durante siglos ha oprimido a la razón humana. La creencia de que la justicia se realizará sin nuestro concurso ha adormecido la conciencia social. La atención, absorta con demasiada exclusión por las sanciones póstumas, ha ocultado la sanción por excelencia, que es la de la conciencia.
(1) KANT: Crítique de la Raison pratique, traducción PICAYET, p. 24.
(2) V. HUGO: Contemplaciones. Boca de sombra.
(3) Se encontrará un excelente desarrollo de estas consideraciones en PEDRO BAYLE. Pensamientos diversos en ocasión del Cometa de 1680, cap. 135 a 194.
(5) JEREMÍAS BENTHAM Y GROTE: La Religión natural, su influencia sobre la felicidad, 2da. parte, cap. I y siguientes, y STUART MILL: Ensayos sobre la Religión. Utilidad sobre la religión
Del "Curso de Moral" por Julio Payot. Libería de A. Barreiro y Ramos editor, Montevideo, 1913.
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