jueves, 18 de mayo de 2017

La identificación dactiloscópica aplicada a las defunciones



Nada dificulta la unión del dactilograma al acta de defunción. El médico que da fe de la muerte, podría dar fe de su dactilograma y tomar las huellas digitales, y de los otros datos verdaderos o falsos que obtuviera respecto a la identidad del cuerpo. Este acta de defunción, en cualquier sitio que ocurriera, se llevaría al registro central y ella cerraría la historia civil del individuo, cuya historia habría empezado con el acta de nacimiento. Así sería entonces más fácil -lo que hoy suele ser muy difícil- saber si tal o cual sujeto está vivo o no, pues entonces el dactilograma de todo muerto salvo casos, bien solo (cuando no fuere conocido) o bien acompañado con los datos que se supiesen, al registro central y allí sería identificado y sería la inscripción oportuna. Sabido es que el dactilograma del muerto puede ser recogido hasta que se descomponga el cadáver, de modo que la indentificación de los muertos desconocidos, una vez funcionando durante cierto tiempo el registro central, sería cosa fácil, lo que hoy tanto cuesta. Léase el interesante trabajo de Mariano de Campo A dactyloscopia no morto (Río de Janeiro, 1907) para apreciar los éxitos de la identificación dactiloscópica en este terreno de sus aplicaciones civiles.

Olóriz dice a este respecto: "La inscripción del número personal de identidad en tarjetas, objetos y vestidos permitiría descubrir la filiación civil de niños perdidos, de accidentados y cadáveres, bastando para ello leer en las manos el nombre dactilar y ver si coincidía con el inscripto en el Registro bajo el mismo número de orden encontrado en las ropas. Si ni aun número de orden se encotrase sobre un cadáver anónimo, despojado y quizá podrido, como, por triste experiencia, sucedió con algunos de nuestros soldados en el Riff, todavía tomando las impresiones digitales, cosa factible durante los dos meses siguientes a la muerte, si las circunstancias fueren favorables y hasta después de muchos años, en las momias, sería fácil la búsqueda en el Archivo de hojas dactilares, según la práctica hoy corriente".

De "La identificación dactiloscópica" por Fernando Ortiz. Editor: Daniel Jorro. Madrid, 1918.

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