Una vez más ha pasado por la vida de la ciudad, el día en que se recuerda a los muertos. Una vez más nosotros hemos visto pasar por las calles esas largas filas de gente, con sus manos llenas de flores, filas de autos, de coches y de tranvías, llevando flores... La ciudad adquiere en eso días algo de la fisonomía de las grandes ferias. Puestos de flores en las calles, chicos gritando y ofreciendo sus mercancías, anuncios con cuadros de un subido color dramático, carteles, coronas, cintas con dedicatorias en grandes letras doradas. Todo llamativo. Es el mismo color, la misma animación de las ferias.
Grupos de gente que se detiene en los negocios a tratar sus compras fúnebres, mientras se escuchan los compases de un tango de la vitrola cercana. Grupos de familias, buscando entre las pilas de coronas y de placas, una que exprese lo que ellos quieren y que armonice con el precio. Grupos de chicas y chicos, comentando, charlando, riendo... Las amigas que se encuentran mientras eligen mientras eligen sus ramos de flores, se recuerdan la deuda de una visita, o tejen comentarios sobre la última fiesta a que asistieron. Rostros de niñas con labios muy rojos, que acompañan a sus parientes a cumplir la triste embajada, mientras esconden su alegría para ponerse a tono con sus mayores...
Rostros de gente aburrida que cumplen su misión con el mismo entusiasmo que los empleados van a las oficinas. Rostros de gente que no dicen nada, cabezas que no piensan nada... Y van también en las filas, rostros de gente buena, que llevan las huellas del sufrir, profundamente marcadas. Estos son los menos, y van como asombrados de sentir a su lado ese ruido. La mayoría marcha a cumplir una obligación del calendario, algunos hasta con un poco de fastidio. Hay para nosotros no sabemos qué de doloroso en esas filas de gentes que vemos ir y venir empujadas por la costumbre.
Hay no sabemos que de trágico en ese montón de gente, que todos los años, en el mismo día tiene que caminar por nuestras calles con sus manos llenas de flores, en dirección a los cementerios, empujados por el calendario. Y así lo vemos nosotros, entrando y saliendo de los cementerios, ajenos casi a la escena que realizan. Casi todos van allí a cumplir rápidamente su misión, lo más rápidamente posible. Lo hombres consultando a cada paso sus relojes, y sus libretas, la mujeres preocupadas de sus vestidos y en la observación de los que llevan las que pasan junto a ellas, mientras desfilan entre las tumbas, acompañadas de bullicio mundano que lo domina todo, leyendo a veces rápidamente un epitafio que les hace sonreír...
La larga fila cumple así la orden del calendario, que todos los años, en el mismo día, los empuja al recinto de los muertos. La mayor parte de las tumbas que permanecen abandonadas durante todo el año, en esos días, se limpian, se adornan y se ponen sobre ellas una leyendas bien grandes en letras doradas, se visten así de fiesta para recibir a la visitas... Y mientras la gente lleva a los cemenerios el ruido de la calle, la vida del mundo, el perfume de las flores, la inquietud, la fiebre, el movimiento de la ciudad, los pájaros del cementerio, siguen entonando sus cantos todos los días, junto a las tumbas, acaso porque ellos saben que nunca como en ese día están más solos los muertos.
De "Emociones Montevideanas" por Orestes Baroffio. Claudio A.García editor. Montevideo, 1942.
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