El luto es un convencionalismo. Al morir un pariente, a quien hemos conocido, nos vestimos de negro. Y se caracteriza como una mancha negra en la lógica social. Todo fenómeno síquico va acompañado de una manifestación exterior que nos hace reír o llorar, o bien caer de rodillas. Cuando muere un tío lejano no hacemos nada de eso, pero vestimos rigurosamente de negro. Es menos racional, mas es significativo. Y he aquí que el mundo expide patente dolor al que por más tiempo lleva una gaza en el sombrero.
El dolor no es íntimo, hay que exteriorizarlo. Sintámoslo, bien está, pero demostrémoslo. Y de este modo el dolor, que es la neurosis del alma, se convierte en una personilla elegante, vestida de negro, que se exhibe por todas partes. Muere un amigo y lloramos su pérdida como una desgracia irreparable. Mucho lo hemos sentido, es verdad; pero seguimos usando el traje claro de todos los días.
El luto es el sufrimiento por la sangre hereditaria, por una rama tronchada del árbol genealógico. Nace de las palabras hijo, padre, abuelo; y sentidas o no, colocan la ropa de negro. Pero al amigo muerto, a la novia perdida, les ofrecemos una corona con dedicatoria o una elegía en un periódico. Esto es social. Más en el fondo de nuestro pecho hay lutos que son de lágrimas y hay llantos que son de sangre. No nos ponemos luto, pero lloramos; y para nuestros pobres muertos, esto es bastante.
El luto es el sufrimiento por la sangre hereditaria, por una rama tronchada del árbol genealógico. Nace de las palabras hijo, padre, abuelo; y sentidas o no, colocan la ropa de negro. Pero al amigo muerto, a la novia perdida, les ofrecemos una corona con dedicatoria o una elegía en un periódico. Esto es social. Más en el fondo de nuestro pecho hay lutos que son de lágrimas y hay llantos que son de sangre. No nos ponemos luto, pero lloramos; y para nuestros pobres muertos, esto es bastante.
De la "Revista del Salto" Año 1, n. 11 (20 nov. 1899)
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