Tan grande, tan inmenso es el amor maternal, que no pueden señalársele límites. Así nos lo expresa con notable originalidad en la siguiente balada dramática, traducida por James Clark en versos pareados, el poeta austríaco Johann Nepomuk Vogl (1802-1866), uno de los escritores vieneses más celebrados en la primera mitad del siglo XIX, por su vena inagotable...
Llaman con ronca voz. — Sepulturero,
Buen viejo, abrid la puerta, abrid ligero.
Abrid la puerta, el báculo empuñad
Y una querida tumba me enseñad.
Así habla un hombre con la tez tostada.
La barba por la pólvora encrespada.
— ¿Cuál es el nombre de ése a quien amáis
Y entre mis mudos huéspedes buscáis?
— Busco a mi madre. ¡Ay! ¡sí, mi pena es harta!
¿No conocéis al hijo de la Marta?
— A fe no os conociera. ¿Aquél sois vos?
¡Y cómo habéis crecido, valme Dios!
Pero, seguid; mirad, bajo esa losa.
La que buscáis en santa paz reposa.
Allí descansa en fúnebre mansión
La madre que os embarga el corazón.
Y sin decir palabra el forastero,
Triste la frente dobla al dolor fiero.
Y al ver la tumba do descansa en paz
El llanto baña su morena faz.
E incrédulo replica: — Aquí no mora
La tierna madre a quien mi pecho adora.
¿Cómo queréis que encierre este rincón
Tan breve, de una madre el corazón?
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